En la época de pleno apogeo de la cultura italiana (siglo XIV-XVI) nació Sofonisba Anguissola, la primera mujer que hizo de la práctica artística una actividad reconocida y honorable. Diecisiete años más tarde, Lavinia Fontana recogió la antorcha para emprender su propio negocio en un taller de arte, amparada por el prestigio de la dama Anguissola. Su reconocimiento como buenas artistas lo consiguieron por separado, pero la lucha por romper con los estereotipos sociales asignados a las mujeres fue, más que nada, trabajo en equipo. El Museo del Prado reúne por primera vez sus obras en ocho secciones de una acogedora sala del Edificio Jerónimos, que permanecerá abierta hasta el 2 de febrero de 2020 con motivo del bicentenario del museo.
Una sala púrpura de luz tenue arropa a decenas de personas que curiosean entre las sesenta y cinco obras rescatadas de las “pintoras olvidadas”. A la entrada de la exposición todo visitante topa con Minerva Desnuda, una obra de Lavinia Fontana que por su sugestivo simbolismo no deja indiferente a nadie. La representación del desnudo rompe con los tabúes de la pintura “de mujeres” y con la timidez de algunos de los allí presentes. El spoiler ya estaba hecho y nadie podía resistirse a descubrir el resto de obras.
Junto a la pieza de Minerva, en la primera sección, conviven retratos de las artistas, entre ellos el Autorretrato ante el caballlete, de Anguissola. “En esta obra muestra los aspectos más destacados de su personalidad, es alguien que se define a sí misma como una pintora”, anticipa Jorge Sebastián Lozano, investigador de imágenes femeninas en el arte de corte español del siglo XVI.
El recorrido continúa a lo largo de diferentes espacios distribuidos en forma circular, con un inicio y cierre de la vida de estas mujeres. El nudo de la travesía se distribuye en los cuatro espacios siguientes. La creación del mito “Sobonisba Anguissola” es el nombre que el museo da a la segunda sección. Aquí es preciso ver más allá para alcanzar la inteligencia con la que la italiana representa cuestiones de género como la introspección psicológica a través de una partida de ajedrez.
Retratos sedentes pintados por Sobonisba y su seguidora, Lavinia, persiguen con la mirada a las multitudes, que se apelotonan para avanzar en la lectura de las obras. El siguiente destino, los retratos de la corte.
Durante su estancia en la corte de Felipe II, Anguissola retrató a las figuras más importantes, aunque sin dejar constancia de que había sido ella la autora de los trabajos. Sus obras se atribuyeron a las de Alonso Sánchez Coello a pesar de la técnica diferenciada que ella había desarrollado. Lavinia también se diferencia y coloca elementos estratégicos como el perrito faldero en los retratos de boda, en simbolismo a las virtudes requeridas por la novia.
Los retratos religiosos por parte de ambas son limitados, pero tampoco quedan exentos de reivindicación feminista. Nadie de los allí presentes pasa desapercibido por delante del cuadro de Judit y Holofernes sin pararse a pensar en la figura de la mujer decidida y determinada que ejecuta al varón Holofernes.
La ruta no termina aún. El espacio para el recuerdo se reserva para el final. A la salida de la sala, una serie de obras literarias, pictóricas y elementos en honor a las pintoras rodean un entorno de memoria histórica para ellas también. Pero por si esto fuera poco, cuando todos pensaban que la visita había terminado, un mural gigante ameniza el camino hacia la salida. María Gimeno crea Habitando ausencias, una metáfora con las pintoras, y trabaja su reflejo en un espejo difícil de encontrar, simulando así la escasa visibilidad de las artistas y las dificultades de acceder a sus obras. Al lado de todo esto se expone una línea del tiempo con todos los artistas masculinos en el que se incluían las 78 ausentes de la historia oficial, para toda persona que quisiera seguir descubriendo a las “olvidadas”.
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