Vivimos en una distopía, es evidente. Momentos previos al confinamiento total y el detenimiento del mundo, nos creíamos no solo invencibles sino al alcance de todos y cada uno de los rincones del planeta Tierra. Y en cierta manera lo éramos. ¡Vaya si lo éramos! Cabe recordar el absurdo atasco de turistas en la cima del Everest, el deterioro implacable de monumentos y maravillas arquitectónicas fruto de un turismo masivo crónico, la subida de los precios y la necesidad de representar una realidad muy distante de la verdadera con el objetivo de satisfacer los deseos del Dios dólar y sus magnates portadores extranjeros. Viajar es la forma de vida de muchos, de entre los cuales me incluyo, sin embargo, la globalización y la masificación de esta bella práctica ha urdido sus redes destrozando y falseando todo a su paso, dejando no más que una representación teatral barata que solo persigue la satisfacción y el entretenimiento del turista. Por ello, quizás sea necesario tomar una vía secundaria, una de aquellas antiguas carreteras azules de antaño para redirigirnos a la esencia del viaje, donde nadie interpreta un guion y las máscaras son solo decorativas.
Este sentimiento, habiendo sido previamente retratado por diferentes piezas artísticas, ya sean filmes como ‘Into the Wild’ (2007) o clásicos literarios como ‘En el camino’ de Jack Kerouac, es hoy más actual que nunca. En los tiempos que corren, donde acudir al supermercado se perfila como el momento de la semana, viajar queda lejos de ser un vago recuerdo en la memoria colectiva de nuestra sociedad. Por ello, he hecho mención de la imprescindible novela de Kerouac que, con total seguridad, permitirá a más de un confinado a evadirse de la realidad gris que estamos actualmente viviendo. Hay, no obstante, otra obra monumental, no tan harta conocida, que todo viajero debería llevar consigo como amuleto y manifiesto: ‘Carreteras Azules’ de William Least Heat-Moon. Dicha novela no solo retrata el viaje por el Estados Unidos más inhóspito al volante de una destartalada camioneta, sino que refleja a la perfección, mediante una prosa privilegiada, el verdadero propósito que todo viajero ha de perseguir: el cambio.
Habiéndolo perdido absolutamente todo, la mujer y el trabajo, el autor y protagonista de la obra, William Least Heat-Moon, adquiere una vieja camioneta de segunda mano y se lanza a la carretera con el único objetivo de no conducir más que a través de las ya mencionadas carreteras azules. Dichas vías secundarias adquieren este nombre a razón de ser antiguamente representadas en los mapas americanos coloreadas de azul, indicando así su relevancia de naturaleza secundaria. Así pues, sin más dilación, William Least Heat-Moon se lanza, en un viaje que durará meses, a recorrer las susodichas y a descubrir, no solo el rostro más bello y primitivo de su tierra natal, sino a sí mismo.
A lo largo de la novela, tratándose más de un diario que de un relato de ficción, William Least Heat-Moon, conocerá personajes entrañables y redefinirá el sentido de comunidad al igual que el de viajar, viviendo en primera persona y relatando pausadamente experiencias locales, tan auténticas como lejanas, en un mundo impregnado del concepto global. ‘Carreteras Azules’ es la Biblia que todo viajero ha de leer antes de embarcarse en una de sus aventuras, mediante la cual propulsará su experiencia a niveles jamás antes cursados. Quizás, la posibilidad de encontrarse a uno mismo al volante de una caravana viviendo aventuras similares queda algo remota. No obstante, la lectura de este maravilloso libro ayudará a su lector no solo a evadirse de la crítica situación que experimentamos, sino a confiar, aun más, en la potencia transformadora de un viaje.
Con estos comentarios no me queda más remedio que leer este libro.
Ojalá disfrutemos de nuestras futuras «Carreteras Azules» y cuidemos todos los entornos que visitemos!