Hablamos con el escritor francés aprovechando su paso por Madrid con motivo de la presentación de su última novela
Nicolas Mathieu es un tipo interesante, misterioso, con muchas cosas que contar, y maneras poco convencionales de hacerlo. Puede leerse a simple vista en su mirada y en su sonrisa. Nos espera pacientemente en una de las salas del Institut Français de Madrid, refugio de la cultura francófona, donde horas después va a tener lugar la presentación de su exitoso segundo libro, Sus hijos después de ellos, Premio Goncourt 2018.
El título de su novela resulta llamativo a la par que evocador… ¿qué significado tiene exactamente, qué pretendía transmitir con él?
El título se refiere a un pasaje de la Biblia, del Antiguo Testamento, donde se dice que hay muchas vidas que pasan sin pena ni gloria, como las de sus hijos después de ellos. Así que quería transmitir dos cosas con él: anticipar el problema de mi novela, donde hablo de esas vidas que pasan sin dejar rastro, que son vidas modestas, y recordar también que la reproducción social, el hecho de volver a empezar indefinidamente los mismos ciclos, no es algo actual, sino sempiterno.
¿Calificaría su obra de literatura política, de literatura social, o simplemente no la enmarcaría en ninguna de ellas?
Diría que es política y social, pero no solo eso. Política porque está llamada a describir con mucha precisión el funcionamiento del mundo social y las distancias entre clases, ya sea por el interés o por los mecanismos de dominación del poder, por lo que sea. De todas formas, tengo la impresión de que todo es política. Lo que estamos haciendo aquí también es una forma de hacer política, porque la política está en la base de nuestra organización como individuos. Sí, me gusta pensar que todo es política. Pero también importa la historia, lo que se cuenta y cómo se cuenta. Un buen libro, idealmente, es un libro con mil puertas para entrar, y puede ser leído de maneras muy diversas.
A día de hoy, ¿apuesta más por el periodismo o por la literatura a la hora de reflejar la realidad que se está viviendo en muchas partes de Europa?
Tengo la impresión cada vez más de que ese trabajo de sacar la realidad a la superficie es la literatura quien lo asegura. En todo caso, el funcionamiento de la actualidad en Francia y en el resto del mundo, y más ahora con las redes sociales, hace de la información un inmenso cajón de sastre, que no nos permite saber cómo es la realidad tal cual. Al periodismo le faltan los medios y, sobre todo, un ingrediente crucial, que es el tiempo. La literatura todavía puede tomarse ese tiempo para describir las cosas y a las personas, para reflejar esos pequeños detalles que pasan desapercibidos en el ritmo frenético de la información.
¿Qué tiene de especial Sus hijos después de ellos respecto a cualquier otra historia que haya escrito?
Bueno, que se ha vendido bien (Risas). La verdad es que está muy cercano a mi anterior libro, que es el primero que había escrito. Tanto en el estilo, como en el tema, como en los objetivos estéticos, es parecido. Simplemente he llevado más lejos algunos aspectos anteriormente esbozados, creo que en ese sentido es más ambicioso. Pero siempre suelo tirar por el mismo camino.
Debido a su experiencia en el terreno audiovisual, cuando escribe, ¿piensa más en palabras o en imágenes?
Es una muy buena pregunta. Me gustaría decir que ambos. En el proceso de escritura y de reescritura, las palabras van tomando cada vez más importancia. En cambio, el libro comienza con una imagen. Las imágenes cuentan, porque hay imágenes que provocan un deseo de ficción, que evocan ideas, que representan personajes y situaciones. Pero el estilo es mi preocupación más eminente.
Decía una vez en una entrevista que le gusta mucho trabajar con las elipsis. ¿Por qué considera tan valioso este recurso y cómo lo explota en su literatura?
Me he dado cuenta escribiendo de que no solo escribimos negro sobre blanco, sino que la escritura también sirve para gestionar los vacíos. Sucede como en el cine: cuando se toma un plano, todo aquello que está alrededor y fuera de campo también cuenta. Todo lo que no se diga, que esté en elipsis, o que se sugiera, o que esté en segundo plano, todo eso casi es más relevante porque es el lector quien hace ese trabajo de reflexión, y así llega más. Las elipsis sirven para eso, crean vacíos que el lector tiene que imaginar. También me sirven para figurar el paso del tiempo, y en una novela de aprendizaje el paso del tiempo quizá sea el personaje más importante.
¿Cree que su novela podría enganchar a muchos jóvenes a un género poco habitual en la literatura juvenil, o está dirigida más bien a un lector adulto?
Yo no escribo exactamente para adultos. En Rusia, por ejemplo, hay casas editoriales especializadas en literatura “young-adult” que han comprado los derechos del libro porque creen que también puede funcionar con un público más joven. Con la gira del premio Goncourt por los institutos, me encontré con muchos adolescentes, y no a todos les había gustado. Me comentaban que había algunas escenas que les chocaban especialmente.
Más allá de los reconocimientos que ha recibido por su obra, ¿qué es lo más valioso que se lleva de ella, qué es lo que más ilusión le hace de ser escritor?
Lo que me gusta más de escribir es haber escrito. Cuando he expresado algo, cuando he logrado algo, realmente tengo una sensación de deber cumplido que durante una hora o dos me hace sentirme menos mal.
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