Google Campus Madrid
Antes una fábrica eléctrica, ahora una fábrica de sueños donde surge la chispa emprendedora. Así es Google Campus, el motor de la innovación en Madrid, ubicado en el barrio de Arganzuela, uno de los más castizos de la ciudad.
“Bienvenidas otra vez. Hoy hablaré en español”, saluda Nir, el moderador que nos recibe en la puerta del auditorio donde un cuarto de hora después se celebraría el evento sobre pintura, moda y emprendimiento.
Dos edificios próximos con grandes cristaleras pero sin visibilidad desde el exterior aguardaban el sueño americano de cualquier español, los cuales estirábamos el cuello cada vez que las puertas automáticas se abrían para dejar paso a algún afortunado de los negocios.
La espera al gran evento se hizo de manera ordenada, casi como si se tratase de una fiesta organizada por alguna celebridad. Música Jazz por banda sonora y unos ordenadores “Mac”, que para muchos era demasiada tecnología entre las manos, invitaban a los usuarios a registrarse y hacer clic en una nueva historia, en este caso una entre padre e hija.
Pantallas de última generación colgaban del techo, sobre una grada bañada de sillones individuales y compartidos que facilitaban las relaciones públicas entre los asistentes. Cerca del escenario, unos cojines acolchados (puffs) donde los más atrevidos se tumbaban sin pensárselo dos veces.
Nir andaba como loco de un lado a otro de la sala antes de que todo empezara. Las luces del público fueron cayendo al mismo tiempo que las voces de los asistentes. Nir saludó con entusiasmo al público, se presentó como director de The Artian Com y bromeó con su manejo del español, intentando así justificar su nerviosismo: “Estoy working on the pronombres”. Esas risas fueron necesarias para romper el hielo entre los principiantes del campus, que no éramos pocos.
El primer invitado en hablar fue Paco Celorrio, pintor informalista no figurativo que sintió un flechazo por la pintura de manera temprana. Con unos pantalones vaqueros desgastados a lo tie dye y una expresión corporal relajada, hablaba utilizando expresiones como “me puedo enrollar mogollón”. Tras dos años de estancamiento ha vuelto a pintar, y lo ha hecho recuperando el nombre artístico con el que firmaba sus obras de joven: “Papartus”.
Arena Martínez, emprendedora y diseñadora, que ya tenía el mando de la presentación en sus manos, corrigió enseguida a Papartus en su exposición. Fue ella quien resucitó el nombre artístico de su padre y él quien se dio cuenta de que no debía dejarlo escapar.
“Ahora quien da las órdenes es ella”, bromea Nir.
“Sabe que toda mi obra está a su disposición”, “su proyecto tiene viento de cola, porque en dos años ha conseguido cosas maravillosas”, “su trabajo es una manipulación para la que tiene toda mi autorización y además buen atino para hacerlo”, halaga su padre cada vez que Nir le pregunta sobre el trabajo de su hija.
Arena hablaba de constancia y seguridad como consejo para todas las mujeres de la sala con ganas de emprender, aunque justificó el apoyo recibido en su caso particular cuando entre los miembros del público se pronunció la palabra “suerte”: “Gracias a mi padre siempre he tenido un pie dentro del mundo del arte”, reconoce Arena.
“Arena, no te olvides recordar lo de la subasta”, dice Papartus antes de dar por finalizada la jornada.
Así lo hizo ella. Invitó a todos los presentes a participar en la subasta solidaria de bolsos de lujo cuyo dinero sería destinado a un proyecto en el Hospital Infantil Niño Jesús.
Solo faltaba el brindis final, unas cervezas de lata fresquitas que eran la excusa perfecta para los más interesados en reunir contactos del mundo internacional de los negocios.
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