Arles, esa ciudad que enamoró y enloqueció a Van Gogh, donde creó gran parte de su obra pictórica y donde se cortó su famosísima oreja. No me extraña que el pintor encontrara en esta localidad escondida de La Provenza una fuente de inspiración, ya que la luz y el abrumador encanto de esta conservadísima y cuidada ciudad no te dejará indiferente.
El centro urbano de Arles es un museo a cielo abierto, y está completamente marcado por su pasado romano y taurino. Se recorre en menos de una hora, por lo que puedes permitirte el lujo de turistear por la mañana y desconectar y disfrutar de sus concurridas terrazas y bares por la tarde.
Nuestra primera parada fue la iglesia de San Trófimo, situada en el pleno corazón de la ciudad. Esta iglesia combina el estilo románico y gótico provenzal y posee uno de los claustros más bellos de Francia, que recomiendo encarecidamente visitar. El claustro suele estar repleto de concentrados estudiantes de arte que buscan inspirarse en este idílico lugar.
El anfiteatro, que data del año I dC, es otro de los emblemas de la ciudad, y recuerda, salvando las distancias, al Coliseo de Roma. Tiene una historia de lo más interesante: en sus inicios albergaba a más de 20.000 espectadores, y en él se celebraban sangrientos combates entre gladiadores. Más tarde, a mediados del siglo XVI, se construyeron en su interior una decena de viviendas que formaron un barrio fortificado; actualmente funciona como una plaza taurina. El anfiteatro me encantó, pero creo que, como en todas estas ciudades francesas donde se conserva tan bien no solo el patrimonio histórico y cultural, sino también lo que lo rodea, lo mejor es el entorno. Tomarse un vino con vistas al anfiteatro en la “hora dorada” es un lujo que no deberías dejar pasar.
A menos de 5 minutos del anfiteatro, se encuentra el teatro de Arles. Y aunque también lo recomiendo, me impresionó más el anfiteatro, y si vas con el tiempo justo, te recomiendo que lo observes desde fuera y continúes tu visita. Sí ya se os ha abierto el apetito, podéis comer en el encantador restaurante Le Fille du 16, un local situado en pleno centro de Arles que te permite “saborear el ambiente de la ciudad” con su exquisita cocina.
La Fundación Van Gogh es otra de las paradas imprescindibles en la ciudad. El pintor vivió en Arles entre febrero de 1888 y mayo de 1889, y durante su estancia completó más de doscientas pinturas, dibujos y acuarelas; y gran parte de esta creación se conserva en dicho museo. El objetivo de la Fundación es “revalorizar la obra del holandés y establecer nuevos nexos entre ésta y los trabajos de creadores actuales que lo han tomado como referente a través de exposiciones que inviten al diálogo y la reflexión”. En nuestro caso pudimos ver, además de Van Gogh, obras de Monticelli, Picasso, Polke, Calder y Nash entre otros, cuyo nexo de unión radica en la importancia de la luz, algo que obsesionó a Van Gogh durante toda su carrera.
Sí al terminar la visita te quedas con ganas de ver con tus propios ojos algunos de los escenarios que inspiraron al pintor, te recomiendo que visites el jardín del Hospital de Arles. El pintor estuvo aquí interno tras su autolesión en la oreja, que desencadenó uno de sus primeros ataques de locura. Ver en vivo y en directo esta estampa arlesiana conservada tal cual el pintor la retrató me impresionó mucho.
El día va llegando a su fin, y toca ir pensando en descansar. En nuestro caso, tuvimos la enorme suerte de alojarnos en un hotel emblemático situado en la plaza más famosa de Arles, la plaza del Forum, que también aparece en varios cuadros de Van Gogh. El hotel Nord Pinus forma parte del patrimonio histórico de la ciudad, y transpira cultura por cada pared, adornadas con los cuadros de los célebres huéspedes que pasaron por allí: Picasso, Dominguín, Hemingway o Churchill entre otros muchos. Alberga 25 habitaciones, cada una de ellas decorada de manera diferente, y si tienes suerte y tu cuarto da a la terraza, podrás disfrutar de las vistas que en su día inspiraron al pintor más querido de Arles.
Para cenar recomiendo el restaurante L’Autruche, un local vanguardista con mucho encanto que ofrece menús muy variados según el precio que quieras y el hambre que tengas.
Próxima parada… ¡Aix en Provence!
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