José Guirao, Imanol Arias o Monserrat Domínguez fueron solo algunos de los invitados al acto conmemorativo #ConAlborch, celebrado en el Teatro Real cuatro meses después del fallecimiento de la ex Ministra de Cultura
Hay quien prefiere los homenajes en vida. Desde luego, no parece que haya nada de meritorio en reconocer la labor de una persona que ya no está entre nosotros al darnos cuenta en retrospectiva de lo mucho que hizo por el bien de la sociedad. Sin embargo, estoy bastante segura de que Carmen Alborch se sentiría muy orgullosa del acto que se celebró este martes en el Salón de Baile del Teatro Real, su segundo hogar. Un acto feminista, reivindicativo, donde no faltaron amigos y grandes personalidades del mundo de la cultura, así como buena parte del Gobierno actual.
Las notas de un piano interpretando Anhel y acompañando la dulce voz de la soprano Isabel Monar daban paso a la presentación del homenaje por parte de la periodista Monserrat Domínguez, la primera en hacer alusión a las múltiples facetas de Carmen: “Carmen había muchas. Estaba la doctora, la ensayista, la política, la gestora cultural… pero por encima de todo, la feminista”. Una mujer generosa y “curiosa como un gato”, decían muchos. Una mujer con luz propia.
El Presidente del Patronato del Teatro Real, Gregorio Marañón, se ocupó de resaltar el trabajo de Alborch dentro de la Fundación creada por ella misma. Y es que a menudo bromeaba con la creencia popular de que el Teatro Real sería su tumba política, pero nunca dejó de luchar con fuerza para sacar adelante un proyecto ambicioso: que España gozara de un gran teatro de ópera público y con reconocimiento internacional. Porque confiaba en que “en estos tiempos de turbulencia que vivimos, la música puede salvarnos”.
Al ritmo de Carmen de Bizet y entre cabeceos y pies marcando el compás, imágenes de la ex ministra fueron sucediéndose en la gran pantalla que presidía el escenario. Escenario al que se subió acto seguido Ana Rosa Semprún, editora de los libros de Carmen Alborch de la que, confesó, “sabía más por sus silencios que por sus palabras”. En una conversación con Monserrat Domínguez, relató el proceso de publicación de la trilogía que la vio nacer como ensayista, cuyo primer volumen, Solas, fue un auténtico superventas por lo acertado de las cuestiones que trataba: “Solas reivindicaba sin complejos la deliciosa autonomía de la mujer soltera. Con él, Carmen se convirtió en un verdadero icono feminista”. Malas y Libres completaron la saga, a las que siguió la obra Los placeres de la edad, la cual se encarga de recordarnos que las únicas arrugas que han de preocuparnos son las del alma. Su pasión por la literatura fue tal que poco antes de morir se encontraba escribiendo un libro sobre la alegría –con un título homónimo-, según confirmaba Semprún.
Y precisamente de su literatura se ocuparon más a fondo Imanol Arias, Magüi Miras y Cayetana Guillén Cuervo, quienes realizaron una sentida lectura a tres voces de una selección de textos de la autora. Una autora que entendió que la cultura era para todos y para todas, que quiso romper con las jerarquías y la divulgó de manera transversal.
Aún en el ocaso del acto hubo tiempo para varios discursos más, entre los que se encontró el de la filósofa y Vicepresidenta del Patronato del Museo Nacional del Prado, Amelia Varcárcel. Amelia habló de Carmen en tres facetas: Carmen ministra, Carmen feminista y Carmen amiga, y la definió como una mujer permanentemente sonriente que era “pura luz, una luz de esas que no se extinguen nunca”. Algo que el ex presidente Felipe González ratificaba, recordando que era una persona con un compromiso leal, fuerte y nunca mercenario, como su lucha feminista, siempre incluyente. José Guirao, actual Ministro de Cultura, señaló la importancia del trabajo de Alborch para hacer comprender a la ciudadanía qué era la cultura en su sentido más profundo. Por último, la Vicepresidenta Carmen Calvo insistió en que su tocaya fue alguien que aprendió muy pronto que a la cultura se la debía tratar como un sacramento, un legado que dejará para la posteridad.
Aunque, sin lugar a dudas, el momento más emotivo del homenaje fue la intervención de su hermana, Vicenta Alborch. La lectura de una carta ante los presentes demostró que las palabras sobreviven al tiempo y que el recuerdo del cabello de fuego de Carmen Alborch no se extinguirá jamás.
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