‘Demolición’, crítica

Hay algo de bonito en la destrucción de las cosas. Cuando por algún motivo despedazamos algo nos sentimos de alguna forma liberados. Y cuando comprendemos su funcionamiento, respiramos sabiendo que seremos capaces de recomponerlo. En esto consiste ‘Demolición’, la última película de Jean-unnamedMarc Vallée. El director del éxito ‘Dallas Buyers Club’ nos trae este 1 de julio su última producción, protagonizada por el que muchos conocerán como el vaquero gay de ‘Brokeback Mountain’ o como el Príncipe de Persia: Jake Gyllenhaal, y por la británica Naomi Watts, a quien en esta ocasión no veremos como víctima del tsunami de ‘Lo Imposible’, ni en medio de un apuro con ‘King Kong’, ni interpretando un drama como en ‘Birdman’. El resto del reparto lo componen rostros algo menos conocidos como el de Chris Cooper, Polly Draper y Judah Lewis.

‘Demolición’ describe en su propio título el proceso interno por el que pasa Davis Mitchell (Gyllenhaal), que, tras perder a su mujer en un accidente de tráfico, se encuentra en una situación de hastío de vivir, de indiferencia ante lo que ocurre, de adormecimiento de los sentidos. Reaccionando al contrario que las personas que, junto a él, se encuentran ante este panorama, Davis se autodestruye a base de recuerdos esporádicos sin carga emotiva y halla cierto placer en la destrucción de las cosas que le rodean. Mientras esta demolición interna -y externa- le pasa factura a nivel personal y profesional, conoce a  Karen Moreno (Watts), que a su vez es madre de un joven adolescente, Chris (encarnado por Lewis) quien, junto a Karen, ayudará a Davis a recomponerse poco a poco.

En resumen, se trata de una cinta divertida, agradable de mirar. En un momento en que muchas películas optan por caracterizar un tipo de persona muy concreto, a menudo peculiar, ‘Demolición’ presenta un personaje con el que resulta difícil no sentirse identificada, ya que en sí representa un estado, una situación, y no tanto un carácter. Cuenta una historia de descomposición del mundo interior, y de aquel excentricismo que existe en mirar más allá de lo que una normalmente ve. Es una de esas películas que apetece volver a ver, pero no por su argumento ni por la calidad de interpretación de los actores (que también), sino por la sensación que produce, el sentimiento de respiro y de alivio de ver cómo al final todas las piezas, de una manera u otra, acaban encontrando su lugar.

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